Ella camina sin que nadie la detenga. Los semáforos se ponen verdes en el instante en que pisa el paso de cebra. Los puentes levadizos recobran su posición horizontal cuando ella llega para cruzarlos. No hay obstáculos.
El sonido de sus zapatos reverbera por encima del de los vasos que caen al suelo y se rompen en mil pedazos, las carcajadas y los llantos de los borrachos.
El reflejo de la luz de las farolas sobre el pavimento mojado, su faro. El eco de sus tacones, su brújula.
No hay lluvia que se atreverá a mojar sus cabellos esta noche. Las nubes henchidas la persiguen hasta el portal de su casa.
Antes de que la puerta se cierre tras su sombra y enmudezca el eco de sus zapatos, unas gotas habrán conseguido mojar su abrigo, una piel moteada que desnuda al animal que lleva dentro.
Bilbo, otoño de 2014